La lengua como arma cultural

por José Luis Pérez Óvilo


Discriminación, dice el profesor J. Wells, es una conducta sistemáticamente injusta contra un grupo humano determinado, existiendo innumerables modalidades discriminatorias. ¿Pero qué hay respecto a la discriminación lingüística? Hablar de discriminación lingüística no es hablar de una rama de la discriminación sino que se trata del tronco del árbol, de la parte que une todas sus ramas y nos guía hacia las raíces mismas de la discriminación. Pensemos en las connotaciones de las estructuras de las lenguas respecto al sexo; reparemos en la discriminación etnorracial por las que las minorías de cada país se ven obligadas a estudiar y usar las lenguas de las mayorías; reconozcamos que los ciudadanos de países pobres se ven obligados a aprender una o varias lenguas europeas, siempre hegemónicas, mientras la opinión de los europeos respecto a sus lenguas es de absoluto desprecio, desconociendo incluso sus nombres a pesar de ser habladas por millones de hombres, tildándolas de dialectos o jergas. Y así ocurre en España, donde el sistema educativo del Ministerio de Educación obliga a estudiar inglés: muestra evidente de un país sometido, cuyos incapaces gobernantes colaboran abiertamente --en connivencia con el clamoroso silencio de los docentes-- con el país dominante en favor de la expansión de su hegemonía.

La extraordinaria importancia de las lenguas fue, es y será enorme, y así se han expresado lingüistas de todas las nacionalidades: A. von Humboldt hablaba de la reconstrucción del espíritu; Unamuno decía: la sangre de mi espíritu es mi lengua; el celtólogo Weisgerber decía que la palabra lleva al hombre desde su mundo interior a la conciencia de la realidad exterior y hablaba de la comunidad lingüística porque en ella el hombre desarrolla su vida espiritual; el etnista occitano F. Fontan nos enseña que la lengua forma y expresa la conciencia étnica subyacente; y G. Mounin añade que toda lengua divide la realidad en aspectos diferentes, ignorando lo que otras ponen de relieve y percibiendo lo que otras olvidan, porque las lenguas no analizan del mismo modo un mismo hecho objetivo: aspectos capitales de la vida humana, de los que deberían estar informados, interesados y preocupados los docentes.

Es preciso enfatizar que las decisiones en cuanto a las lenguas extranjeras que se deben estudiar en los centros educativos son meras consecuencias políticas impuestas por el país poderoso al débil: y es que los programas lingüísticos escolares ni caen del cielo ni surgen por generación espontánea. Y así se apresuró en su día en confirmarlo en Murcia Alvaro Marchesi, segundo del MEC, cuando dijo que el Ministerio de Educación inauguraría un curso de inglés vendido por la BBC, (como es de rigor) a través de la segunda cadena de TVE --sin reciprocidad alguna en la TV británica-- del que se beneficiarán 6.000 alumnos de la región, calificando el proyecto de ambicioso, sin que uno solo de los 500 directores de colegios e institutos de Murcia presentes en el salón formulase la más mínima pregunta al respecto, a pesar de tratarse de una cuestión fundamental e irrenunciable para un eseñante la elección entre discriminación lingüística o democracia lingüística. Quienes con unción educativa hablan de formar en la solidaridad, en el respeto y en los derechos humanos; quienes tienen por tarea formar hombres íntegros con capacidad de crítica; y quienes combaten la discriminación por razón de raza, nacionalidad, sexo, ideas... ¡No pueden seguir fomentando, alentando, propiciando ni tolerando la discriminación lingüística!

José Luis Pérez Óvilo


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